No siempre hace falta una gran crisis para sentir que algo no va bien en el trabajo. A veces, es más sutil: un nudo en el estómago cada domingo por la tarde, la sensación de estar corriendo todo el día sin llegar a nada, o ese cansancio que no se va ni después de dormir.
Y aunque desde fuera pueda parecer que “todo está bien”, dentro de ti sabes que estás en un punto de saturación.
Y es que el estrés laboral no nos afecta a todos por igual. Las personas altamente sensibles lo vivimos con una intensidad particular, porque nuestro sistema nervioso está constantemente registrando estímulos, emociones, matices… incluso cuando no somos del todo conscientes.
Y eso, acumulado día tras día, termina por pasarnos factura.
No es que seas más débil, es que percibes más
A veces las PAS me preguntan en consulta: “¿Por qué me afecta tanto lo que a otras personas no parece importarles?”. Y es una pregunta muy comprensible. Pero no se trata de debilidad, ni de falta de capacidad. Se trata de profundidad.
Tu forma de procesar la información es más intensa. Percibes más detalles, más emociones, más sutilezas. Y eso te permite aportar una mirada valiosa y única. Pero también implica que los entornos de alta presión, los conflictos, la sobrecarga de tareas o la falta de espacios tranquilos te afectan de forma mucho más directa.
Tu mente no puede “desconectar” tan fácilmente. Y tu cuerpo, tarde o temprano, te lo recuerda.

¿Cómo se manifiesta este estrés en el día a día?
El estrés laboral en personas altamente sensibles puede presentarse de muchas formas. Algunas muy visibles, otras silenciosas:
- Dificultad para concentrarte, aunque estés muy comprometida con tu trabajo.
- Agotamiento emocional después de reuniones o interacciones intensas.
- Bloqueo frente a tareas que antes manejabas con soltura.
- Sensación de no estar dando la talla, aunque estés haciendo más de lo que puedes.
- Ganas de aislarte o de “desaparecer” unos días.
- Pensamientos repetitivos sobre errores, comentarios o situaciones que otras personas ya han olvidado.
Y, sobre todo, una profunda desconexión contigo misma. Porque el estrés sostenido va apagando poco a poco tu creatividad, tu claridad y tu capacidad de disfrute.

El autocuidado no es un lujo: es una necesidad
Cuando el trabajo se vuelve una fuente constante de tensión, es fácil caer en la trampa de intentar “aguantar un poco más”. Pero como persona altamente sensible, no estás hecha para funcionar en modo automático.
Tu bienestar necesita atención, pausas, espacios de recuperación. Y también necesita amabilidad. No más exigencias, no más “deberías”. Sino una mirada compasiva hacia ti, especialmente en esos días en los que te sientes más vulnerable.
Escuchar tu cuerpo, atender tu ritmo, aprender a poner límites… no son caprichos. Son actos de responsabilidad emocional.

Volver a ti, aunque el mundo siga corriendo
Puede que no puedas cambiar tu trabajo de un día para otro. Puede que haya aspectos que no dependan solo de ti. Pero siempre puedes empezar por recuperar tu centro.
A veces basta con un pequeño gesto:
Una pausa real.
Una respiración consciente.
Un “no” dicho con respeto.
Un momento de silencio para recordar lo que necesitas.
No se trata de hacerlo perfecto. Se trata de no olvidarte de ti.

Estás haciendo lo mejor que puedes
Si últimamente sientes que el estrés te está ganando terreno, no estás sola. No eres menos capaz ni menos fuerte. Solo necesitas volver a reconectar contigo, con lo que te equilibra, con lo que te calma.
Y eso empieza por darte el permiso de escucharte. Sin culpa. Sin prisa. Sin exigencias.
Tu sensibilidad no te impide avanzar, te muestra el camino por el que avanzar con sentido.
